domingo, 2 de agosto de 2009

Ritual: El Antro/ El Bar (parte uno)

Existe una sección en Cronopio Región Cuatro que ha permanecido oculta hasta ahora, al menos por estas cortas semanas; se trata de la Oficina de Investigación, que generalmente hace un buen trabajo, siempre y cuando no llueva y terminen saltando de charco en charco. Se instalaron en varias universidades, pensando que ahí tendrían alguna experiencia, algún rumor, vamos, algún material de trabajo para definirse a sí mismos. Revelamos ahora su posición porque han abandonado sus puestos, no sin antes entregarnos un trabajo contundente, bien hecho, corto, pero determinante en el siguiente ritual.

Transcribimos textualmente su última entrega.

Oído en un pasillo universitario:

Alumno A- No manches, las cosas están gruesas en Nicaragua.- El Alumno B, que ha estado oyendo, se muestra conmovido. –

Alumno A. -Bueno, desde acá es difícil ayudar. –El Alumno B lo mira sorprendido.

Alumno B- ¿Qué? No te oí, es que todavía no me decido a dónde ir el fin de semana.



Los infiltrados tenían la intención de recabar información referente a los rituales de entrega de tareas –tema que los tiene muy interesados– mismo que hemos dejado completamente de lado, con la intención de seguir el objetivo de cronopio y con la prueba irrefutable de nuestro error. El equipo de cronopio ha abandonado sus intenciones de viajar a Nicaragua, planeado para seguir lo que luego se comprobó, era una pista falsa, y ha invertido lo ahorrado con ese fin en una visita guiada que nos hará el favor de brindarnos un conocedor del tema, quien ha preferido permanecer anónimo (Don Chocho), por los bares y antros de las ciudades centrales de México.

Así, nos hemos dado cuenta de que efectivamente habíamos estado antes en uno de estos lugares, y que teníamos confundidos los términos “baño público” y “antro”. La aclaración ha sido útil sobremanera, y por demás educativa.

Don Chocho ha resultado, fuera de un conocedor de antros y bares, un experto ahorrador (aún nos preguntamos cómo es que nunca habíamos descubierto los cinco usos de un pañuelo desechable). Tan sólo hemos necesitado el doble de lo requerido para nuestro viaje a Nicaragua, para poder cubrir los gastos de nuestra nueva travesía. En palabras de Don Chocho, esto ha sido toda una ganga.

Nuestra primera parada fue una delicia; entramos a un lugar levemente iluminado, lleno de un olor gozoso. Nos sentamos cómodamente en la terraza, prendimos algunos cigarrillos y luego llegó Don Chocho a sacarnos amablemente de aquél café al que entramos por equivocación, dejando una taza de exquisito americano atrás.

Después, hemos llegado a nuestro destino final. Nos unimos a una multitud que miraba con ansiedad a un punto al frente. Preguntamos a varios qué esperaban y recibimos un par de “no sé” y muchos “entrar”. Tratando de fundirnos con el ambiente, comenzamos a girar la cabeza nerviosamente una y otra vez y a gritar números al azar como el resto hacía. Uno de nosotros cometió la imprudencia de gritar “¡Bingo!”, pero afortunadamente somos rápidos en eso de sellar bocas. Finalmente, cuando gritamos “cuatro”, un hombre corpulento nos ha señalado y nos ha guiado hacia la entrada, ante miradas furiosas y suplicas de ayuda, nos preguntamos si nos habíamos salvado de alguna ejecución, pero no, eran ideas nuestras. Fue entonces cuando lanzamos un prolongado “ahhh” y nos dimos cuenta de que conocíamos dicho lugar desde hacía años, cuando fuimos arrastrados por una multitud madrugadora y pasional.

El antro es un lugar oscuro y caótico con sonido estridente y mil historias sucediendo al unísono. Dado que no podíamos sentarnos, ni siquiera en las mesas vacías, cedimos al ritmo, mismo que se mantuvo en una línea el resto de la noche. Observamos un patrón: los que contaban con una botella tenían derecho a sentarse en una mesa. Decidimos comprar una y esperar a que la magia sucediera. Unas cuantas horas después, conducidos por una guapa edecán, nos dirigimos a nuestra mesa en la orilla de la pista de baile.

Lo contenido en la botella era whisky, situación que recibimos con gusto incontenible, pues el equipo de cronopio goza enormemente de tan amaderado liquidito. Mientras por un lado observábamos como hipnotizados los bailes/cantos cercanos a nosotros, comenzamos a bebernos nuestro exquisito elixir. Así, mientras el equipo de cronopio consumía su bebida, ocurrió algo por demás curioso: una canción distinta y caracterizada por una sucesiva repetición de bajos y percusiones, provocó la locura en el entorno, de pronto, casi todos los presentes se habían reunido en la pista de baile arrastrando a nuestro equipo, a quien no le quedó más que unirse a la aglomeración, moviendo los brazos y dando de saltitos, en un ritual digno de una exhortación fluvial, donde cuando nos dimos cuenta, literalmente, ya habíamos hecho bola.

La danza se prolongó por largos minutos, hasta que Don Chocho, advertido por la Dirección, de que algunos miembros de nuestro equipo no pueden mantenerse en la mira del público luego de las 3 am (de lo contrario podrían empezar a vomitar conejos, comer pared o escribir su vida pasada en francés), nos ha sacado a empujones por una salida casi abandonada. Nos ha dirigido hacia una avenida concurrida y nos ha sentado en la banqueta. El Personal Limitado de Cronopio Región Cuatro sigue preguntándose todavía por qué Don Chocho se puso a levantar el pulgar como un loco, antes esto tenía sentido, pero el amaderado liquidito tiene tirado en la banqueta al equipo a pocos minutos de las tres de la madrugada…


Sigue en la próxima entrega...